Después de varios años de matrimonio llegó el día en que decidimos empezar a buscar nuestro primer bebé, como la mayoría de las personas, iniciamos este viaje con mucha ilusión, inseguridades, preguntas y expectativas. Luego de unos meses preparándonos llegó el tan esperado momento… venía nuestro bebé de camino y gracias a Dios todo estaba bien, en sentido general tuve un hermoso embarazo y lo disfruté al máximo.
Que recuerde no tuve grandes malestares más que un sueño incontrolable (pero eso es algo muy normal en mi) y aunque no tuve antojos con mucha frecuencia recuerdo que lo que me apetecía comer con mayor frecuencia eran ensaladas súper agrias a pesar de ser una persona amante de los dulces.
Y aunque pude seguir con todas mis rutinas, el trabajo y mis estudios del momento sin inconvenientes hubo algunos eventos que me forzaron a hacer una pausa en diferentes momentos del embarazo:
– Justo a los tres meses de embarazo recuerdo ir un día a hacer las compras como de costumbre y al llegar al supermercado fui al baño, y me percaté de que estaba manchando. Mi doctora me envió por emergencias y nos realizaron todos los chequeos y gracias a Dios bebé estaba bien, me pusieron un tratamiento de progesterona y me indicaron algunos días de reposo absoluto por amenaza de aborto.
– Alrededor de los siete meses, una noche luego de salir del trabajo recuerdo tener los pies bien hinchados y adoloridos, tanto que se me dificultaba caminar. Al amanecer el dolor era tan grande que no podía afincar los pies en el suelo y tenía un rash en mi barriga. Llamamos a la doctora y volvimos por emergencia y resultó que tenía chicunguya y debido al embarazo decidieron dejarme ingresada unos días.
– Ya en los meses finales alrededor del sexto mes, subí prácticamente el doble de lo que había subido de peso en todo el embarazo y estaba presentando contracciones con bastante frecuencia (y yo ni por enterada) y al examinarme volvieron a ponerme en reposo por dos semanas y luego de las dos semanas me recomendaron tomar la licencia de maternidad y permanecer en reposo por riesgo de parto prematuro.
Y finalmente, sin más preámbulos, el 9 de febrero del 2015 en la mañana acudí a mi cita semanal de chequeo ya solo a dos días de cumplir de manera “formal” las 37 semanas de gestación. Me realizaron los estudios de control y todo estaba dentro de los parámetros normales, al momento de mi doctora revisarme me comunicó que estaba en labor de parto por lo que me dejaron ingresada.
Este proceso, confieso que fue para mí bastante traumático desde el inicio. Estuve desde muy temprano en la sala de pre-cirugía totalmente sola, incomunicada viendo el techo, ni mi esposo ni mi mamá podían estar conmigo y en un momento de tanta ansiedad sobre todo para una primeriza que no sabía nada de lo que le esperaba (ni siquiera llegué a leer ese capítulo en libro del embarazo) estar sola no hace el proceso nada fácil. Y solo diré que para mí dar a luz no fue un proceso agradable, por esto y por otros factores que no ampliaré.
Luego de una larga espera y dolores cada vez mayores, en la noche, alrededor de las 10:30 pm nació Emah Sofía, la pequeña más hermosa que robaría el corazón de tantas personas. Sin embargo, durante el proceso de parto hubo complicaciones y recuerdo el ajetreo de los médicos al momento de mi niña nacer. Realmente se me haría imposible describir en palabras el mar de emociones y de pensamientos que inundaron mi mente en ese momento. Solo recuerdo que preguntaba ansiosa una y otra vez a la enfermera a mi lado: ¿ya lloró mi niña? Dígame si lloró… y entre preguntas y oraciones por la vida de mi bebé cedí a los efectos de la anestesia y el cansancio físico.
Momentos después, posiblemente horas, minutos realmente no lo sé, abrí mis ojos y lo primero que escuché fue a mi doctora llorando por lo que había pasado, cuando todos se percataron de que había despertado ella se acercó a mí y me informó que Emah había aspirado meconio que estaba estable pero que había sido ingresada a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal.